POLVO DE ESTRELLAS
Frente de mí, al levantarme, hay una pared, en esa pared hay una
ventana, por ella me llega todo lo que ocurre en el mundo, me rompe la ilusión
que he creado. Me llegan los ladridos de los perros rabiosos, el llanto del
bebé de mi vecino, los gritos de las personas, el motor y el pasar veloz de los
carros, y el canto de ella… pero ¿qué le voy a hacer? Sé que la mayoría no es
bello, pero es lo que tengo.
Soy Leon Morin. Leon, no León. Mi nombre no lleva tilde, aunque no
importa demasiado.
El nombre que realmente importa es “Max”, y aunque ese no es su
verdadero nombre, es el que ella mima se ponía, pues su nombre real es “Luci
Ferri”, el nombre que a mí me gusta, pero a pesar de eso, no puedo
llamarla así, jamás.
Max es una chica.
Esa chica es un misterio.
Y ese misterio me vuelve loco.
Recuerdo que cuando solíamos ser pequeños Max siempre andaba por las
calles del vecindario descalza, cuando le pregunté por qué lo hacía, me dijo
“odio los zapatos, no nací con ellos, no sé porque debo de usarlos”, supongo que
ahora también los odia, pero por decencia los usa.
A los once años, me invitó a su fiesta de cumpleaños, lo hizo por
cortesía más que por amistad, su casa estaba abarrotada de niños sudorosos por
haber estado jugando. Yo llevaba su regalo, un prendedor para el cabello, no la
encontraba por ningún lado, hasta que voltee a ver al cielo, y pude ver sus
pies colgando del techo, ¡había estado en la azotea todo el tiempo!, así que le
grité
—¡Max!
Ella miró hacia abajo por entre sus pies, frunció el entrecejo pues no
sabía quién era yo, pero luego sonrió, he de suponer que por cortesía. Le
enseñe la bolsa donde llevaba su regalo.
—Sube —me dijo— pero deja el regalo ahí.
Me pareció extraño, pero incluso a esa edad ya entendía que estaba loco
por ella, así que le hice caso. Subí hasta donde estaba, la encontré con un
montón de hojas a su alrededor que habían quedado ahí desde el otoño pasado, y
su pelo azabache revoloteaba debido al viento primaveral, la vi desde atrás y
me acerqué. Me senté a su lado sobre el montón de hojas secas y le dije:
—Feliz cumpleaños Max
A lo que ella me respondió:
—No es mi cumpleaños, mi acta de nacimiento está mal, pero gracias
—luego de eso sonrió, se acomodó el pelo detrás de la oreja y me volteó a ver.
Sus ojos azul rey resplandecían y su piel pálida casi brillaba, pero no de
forma extraña como los vampiros de crepúsculo, de una manera más natural.
Tengo ese recuerdo en una burbuja en mi memoria, para tenerlo intacto en
mi cerebro por siempre.

Cuando cumplió los dieciocho, se compró una motoneta al estilo francés,
lo gracioso, es que sólo iba a la escuela en ella en días de lluvia porque “le
encantaba sentir las gotas en su rostro” llegaba mojada, y algunos maestros la
dejaban fuera porque incluso chorreaba agua, pero siempre tenía una sonrisa.
MAX era una, pero LUCI era otra, ambas eran FERRI, pero sus padres
también entendían la diferencia que había en ambas, yo lo descubrí de una manera
muy extraña.
—¿Qué piensas hacer? —era raro preguntar algo así, pero adivinando,
haría algo raro.
—Nada —me respondió, y es que en ese momento no sabía que era “Luci”
—Pero Max siempre hace algo —dije y le sonreí.
Me estaba quedando dormido, tenía los ojos cerrados, me sorprendió
escuchar luego su llanto, abrí los ojos y la vi sentada, sus hombros se movían
al ritmo de su llanto, y la luna hacía reflejos blancos en su cabello azabache,
no sabía lo que hacer, así que no hice nada, pues era de las personas que no
hacía nada, descubrí que Luci era igual.
Cuando terminó, me volteó a ver, respiró hondo, sonrió y se secó las
lágrimas.
—Soy Luci —me dijo
Yo no entendí, por lo que sólo me eché a reír a carcajadas, me miró con
molestia dibujada en su rostro, y me sentí culpable por haberlo hecho, pues me
di cuenta que la había ofendido, y ofenderla era lo último que quería hacer. No
le ofrecí disculpas, porque le ofrecí mi corazón, pero no con palabras.
—Quería estar contigo por un rato, no es que fuera nada malo —dijo
Sus palabras hicieron que me sonrojara, sabía que ella me gustaba, pero
jamás me imaginé que pudiera haber algo entre ambos, jamás había conocido a
Luci, por lo que sólo me gustaba Max, pero en realidad me gustaba ella en
su totalidad, desde su físico curvilíneo hasta sus dos muy distintas personalidades.
—No es nada malo, a menos que empiece a obsesionarme con la bebida, si
es así ni te me acerques ¿eh? —le dije en broma
—Leon Morin, aunque fuera así también me acercaría…
En ese momento no supe cómo reaccionar, y no fue necesario, pues Max
tomó el control de Luci, así que ella dio el primer paso, me besó. Ahí supe que
era poco importante si sólo éramos dos jóvenes idiotas. En cualquier caso sólo
éramos dos pequeños granos de arena en un inmenso Universo, no cambiaba nada
cómo fuéramos, no cambiaba nada, que fuera Luci, que fuera Max, ella era ella.
Al día siguiente ella no apareció, sus padres me dijeron que había ido a
New Jersey a vivir como pordiosera, porque “eso es lo que va a hacer si no
consigue un trabajo la malagradecida” citando las palabras del Sr. Ferri.
Encontré una nota en mi alcoba que decía:
En
realidad, esa fue mi despedida.
—Max
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Cupil Jiménez Guadalupe
Montserrat
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