miércoles, 27 de diciembre de 2017

CUENTO POLVO DE ESTRELLAS


POLVO DE ESTRELLAS


Frente de mí, al levantarme, hay una pared, en esa pared hay una ventana, por ella me llega todo lo que ocurre en el mundo, me rompe la ilusión que he creado. Me llegan los ladridos de los perros rabiosos, el llanto del bebé de mi vecino, los gritos de las personas, el motor y el pasar veloz de los carros, y el canto de ella… pero ¿qué le voy a hacer? Sé que la mayoría no es bello, pero es lo que tengo.

Soy Leon Morin. Leon, no León. Mi nombre no lleva tilde, aunque no importa demasiado.
El nombre que realmente importa es “Max”, y aunque ese no es su verdadero nombre, es el que ella mima se ponía, pues su nombre real es “Luci Ferri”,  el nombre que a mí me gusta, pero a pesar de eso, no puedo llamarla así, jamás.
Max es una chica.
Esa chica es un misterio.
Y ese misterio me vuelve loco.

Recuerdo que cuando solíamos ser pequeños Max siempre andaba por las calles del vecindario descalza, cuando le pregunté por qué lo hacía, me dijo “odio los zapatos, no nací con ellos, no sé porque debo de usarlos”, supongo que ahora también los odia, pero por decencia los usa.

A los once años, me invitó a su fiesta de cumpleaños, lo hizo por cortesía más que por amistad, su casa estaba abarrotada de niños sudorosos por haber estado jugando. Yo llevaba su regalo, un prendedor para el cabello, no la encontraba por ningún lado, hasta que voltee a ver al cielo, y pude ver sus pies colgando del techo, ¡había estado en la azotea todo el tiempo!, así que le grité
—¡Max!
Ella miró hacia abajo por entre sus pies, frunció el entrecejo pues no sabía quién era yo, pero luego sonrió, he de suponer que por cortesía. Le enseñe la bolsa donde llevaba su regalo.

—Sube —me dijo— pero deja el regalo ahí.
Me pareció extraño, pero incluso a esa edad ya entendía que estaba loco por ella, así que le hice caso. Subí hasta donde estaba, la encontré con un montón de hojas a su alrededor que habían quedado ahí desde el otoño pasado, y su pelo azabache revoloteaba debido al viento primaveral, la vi desde atrás y me acerqué. Me senté a su lado sobre el montón de hojas secas y le dije:
—Feliz cumpleaños Max
A lo que ella me respondió:
—No es mi cumpleaños, mi acta de nacimiento está mal, pero gracias —luego de eso sonrió, se acomodó el pelo detrás de la oreja y me volteó a ver. Sus ojos azul rey resplandecían y su piel pálida casi brillaba, pero no de forma extraña como los vampiros de crepúsculo, de una manera más natural.

Tengo ese recuerdo en una burbuja en mi memoria, para tenerlo intacto en mi cerebro por siempre.

A los dieciséis la habían dado por perdida, porque de un día para otro desapareció, al regresar los gritos de su papá se escucharon hasta mi casa y atravesaron mi ventana hasta llegar a mis oídos “¡¿Dónde te habías metido?!”. Cuando el Sr. Ferri nos contó, nos dijo que ella había respondido: “¡sólo había ido al desierto a ver las estrellas, papa!”

Cuando cumplió los dieciocho, se compró una motoneta al estilo francés, lo gracioso, es que sólo iba a la escuela en ella en días de lluvia porque “le encantaba sentir las gotas en su rostro” llegaba mojada, y algunos maestros la dejaban fuera porque incluso chorreaba agua, pero siempre tenía una sonrisa.

MAX era una, pero LUCI era otra, ambas eran FERRI, pero sus padres también entendían la diferencia que había en ambas, yo lo descubrí de una manera muy extraña.
Recuerdo que ese día había sido el último de una semana de  insomnio, subí a la azotea para sentir el viento helado y ver las constelaciones, justo cuando me estaba empezando a dormir, voltee a ver a su casa por inercia, la descubrí mirándome desde su ventana, y en señas me dijo que la esperara, así lo hice y en tan sólo unos minutos estaba acostada a mi lado susurrando “son bellas”, y pude notar que tenía el prendedor para el cabello que le había regalado.
—¿Qué piensas hacer? —era raro preguntar algo así, pero adivinando, haría algo raro.
—Nada —me respondió, y es que en ese momento no sabía que era “Luci”
—Pero Max siempre hace algo —dije y le sonreí.

Me estaba quedando dormido, tenía los ojos cerrados, me sorprendió escuchar luego su llanto, abrí los ojos y la vi sentada, sus hombros se movían al ritmo de su llanto, y la luna hacía reflejos blancos en su cabello azabache, no sabía lo que hacer, así que no hice nada, pues era de las personas que no hacía nada, descubrí que Luci era igual.
Cuando terminó, me volteó a ver, respiró hondo, sonrió y se secó las lágrimas.

—Soy Luci —me dijo
Yo no entendí, por lo que sólo me eché a reír a carcajadas, me miró con molestia dibujada en su rostro, y me sentí culpable por haberlo hecho, pues me di cuenta que la había ofendido, y ofenderla era lo último que quería hacer. No le ofrecí disculpas, porque le ofrecí mi corazón, pero no con palabras.

—Quería estar contigo por un rato, no es que fuera nada malo —dijo
Sus palabras hicieron que me sonrojara, sabía que ella me gustaba, pero jamás me imaginé que pudiera haber algo entre ambos, jamás había conocido a Luci, por lo que sólo me gustaba Max, pero en realidad me gustaba ella en su totalidad, desde su físico curvilíneo hasta sus dos muy distintas personalidades.
—No es nada malo, a menos que empiece a obsesionarme con la bebida, si es así ni te me acerques ¿eh? —le dije en broma
—Leon Morin, aunque fuera así también me acercaría…

En ese momento no supe cómo reaccionar, y no fue necesario, pues Max tomó el control de Luci, así que ella dio el primer paso, me besó. Ahí supe que era poco importante si sólo éramos dos jóvenes idiotas. En cualquier caso sólo éramos dos pequeños granos de arena en un inmenso Universo, no cambiaba nada cómo fuéramos, no cambiaba nada, que fuera Luci, que fuera Max, ella era ella.

Al día siguiente ella no apareció, sus padres me dijeron que había ido a New Jersey a vivir como pordiosera, porque “eso es lo que va a hacer si no consigue un trabajo la malagradecida” citando las palabras del Sr. Ferri. 
Encontré una nota en mi alcoba que decía:

En realidad, esa fue mi despedida.
—Max



 Cupil Jiménez Guadalupe Montserrat

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